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El laborioso proceso de repartir lo ajeno
miércoles, 27 de noviembre de 2002
Francisco Helguera Ramírez

Gobierno populista... ¡Ay Brasil!

El celo del bien ajeno,  es una conocida enfermedad social y personal conocida vulgarmente como envidia. Políticamente, se le conoce como "Motivación".  ¿Porque ÉL tiene y yo no? ¿Porque su casa es mejor que la mía? ¿Porque gana más que yo? ¿Porque él es patrón?

Una de las características de estos pensamientos es la ausencia de análisis, de auto crítica, de razón y lógica, así como la presencia de una base de estólido egoísmo. Y por eso, este pensamiento, en combinación con otro, la codicia, es preciada herramienta política. Le llaman demagogia.

Los más obvios objetos de la envidia y la codicia, son, dependiendo del grado de avance de una sociedad, la tierra, el ganado, la cosecha, el dinero, las mujeres, las alhajas, las casas, los equipos de sonido, las armas y los vehículos.  Todo lo anterior, más otras cosas que se me olvidan, en un orden de prioridades que depende del envidioso y  de su grado de desarrollo.

Algunos líderes, conscientes de lo anterior, o simplemente por instinto, recurren a fomentar esas bajas pasiones y  las convierten en banderas políticas. Y a la voz de: ¡Contra los ricos! ¡Tu tienes derecho a ................ (aquí ponga Ud. lo que se le ocurra: tierra, casa, crédito o ganado), se lanza a promover, según la época y el líder, repartos, invasiones, despojos... 

Los seguidores, habitualmente desesperados que realmente necesitan una ayuda y mejoría, siguen esperanzados al líder y se produce el dramático proceso del reparto, de entregar, oficialmente o subrepticiamente, terrenos para casa habitación o tierras agrícolas. O a exigir sueldos que a veces es materialmente imposible pagar.

El futuro es irrelevante, el gesto político se ha efectuado y la capacidad de convocatoria del líder se ha probado. Después, los cascos de las haciendas se convierten en los cadáveres de lo que fueron centros de producción, fuentes de trabajo. A veces, se convierten en hoteles o un audaz las recupera para su objeto original, pese a su precaria situación jurídica.

La tierra, sin financiamiento, sin tecnología, y siendo frecuentemente pequeñas parcelas que por su tamaño no son redituables, termina abandonada y el campesino o sus descendientes emigran, convertidos en fuerza de trabajo barata para los Estados Unidos. 

A veces, una huelga, motivada por las exigencias irracionales de los trabajadores o la insensibilidad del patrón, termina con una empresa o  industria. Heroicos soñadores, obreros que creen en "la causa", al principio botean para sostener la huelga (botear es pedir ayuda en la calle con un bote). A veces, la lucha no tenía futuro, el líder obtuvo lo que quería: puesto público o diputación; el tiempo pasa, la tienda de campaña plantada frente a la empresa se empieza a deshacer, las banderas rojinegras se van destiñendo; las guardias, numerosas al principio se van reduciendo. Luego sólo quedan dos aburridos jugando dominó y al final, alguien dormido bajo los harapos que de lo que fue una tienda de campaña.

Adentro, detrás de la puerta, la maquinaria se oxida, los objetos de valor son saqueados por los amigos de lo ajeno y la soledad y el abandono son el colofón de la historia. El patrón lame sus heridas y busca otra actividad.  Los obreros se cansan y desertan obligados por  la necesidad y empujados por el desencanto.

Y luego... No hay nada más triste que una fábrica abandonada.

El trabajador, especialmente el de edad avanzada, suele quedar marcado. Difícilmente conseguirá trabajo, y sin entender bien a bien como se vio involucrado en la fatal aventura que le costo su presente y su porvenir, pasará el resto de sus días añorando los buenos tiempos y sobreviviendo precariamente.

No quiero decir que todas las huelgas son injustas o todos las colectivizaciones fracasan. ¡No! ¡Que va!. Hay luchas justas y colectivizaciones exitosas. Simplemente apunto una realidad: el uso de bajas pasiones como motivación suele provocar los efectos descritos.

Aunque nosotros en México hemos vivido la experiencia,  parece que vamos corrigiendo el rumbo. Desde luego, la mecánica para que el líder cumpla sus promesas, es entregar la tierra prometida, para lo cual tiene que repartir lo ajeno, porque difícilmente tiene otra manera de hacerlo.

No hay que olvidar que empresas, haciendas y en general los centros de trabajo, nacen y crecen como resultado de una idea, una inversión y un esfuerzo personal. No está ahí una hacienda por casualidad, ni una fábrica es producto de generación espontanea.

Cuando se trata de salarios o de "gasto social"... aparece otra faceta de la repartición del bien ajeno. El abuso en la emisión de dinero fiduciario.

Tratándose de sindicatos (especialmente del sector publico), la solución era regatear, negociar, pactar y terminar repartiendo lo menos posible, pero repartiendo, de todos modos, a costillas del erario y emitiendo más dinero de papel. Es decir, depreciando el dinero de todos. Repartiendo lo ajeno...

Y si el líder demagogo llega al poder, mediante la estimulación de envidia y codicia, el repartir se vuelve demoniaca obsesión y repartirá tierras y billetes hasta quedar, él, exhausto y el país, arruinado.

Mientras haya que codiciar y envidiar, el esquema se usará. Llegando al extremo, si una sociedad no defiende sus instituciones, repartirá y destruirá, repartirá y destruirá, hasta que literalmente no quede qué repartir.

Las únicas defensas posibles contra la demagogia es la vigorosa defensa de la propiedad privada (la del trabajador y la del patrón), la remuneración justa y equitativa del trabajador y la educación del pueblo, para que éste aprenda a detectar el engaño.

Dice un amigo mío que tratándose de un pueblo primitivo, al final, cuando ya no quede nada para repartir, el grito será: ¡Mueran los gordos! y se repartirán las proteínas, en alegre festival caníbal...