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Moneda de Plata para México

Estabilidad y orgullo nacional

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¡Viva el desorden!
martes, 21 de enero de 2003
Francisco Helguera Ramírez

La más acerba crítica que se hace al mexicano (y en general a los latinos), por parte de los sajones, es referente a la indisciplina que nos distingue y caracteriza. Generalmente, el sajón, para comprender, tiene que cuantificar o certificar. Para ejemplificar la altura de una escultura, no le dirán al lector: "más del doble de tamaño natural" o que mide cuatro metros; no, así no va a tener una idea. Le dirán "más alta que dos jugadores de baloncesto puestos uno sobre el otro". ¡Ah! Así sí. O para dar la idea de la producción de whisky de un cierta marca. Si le dicen al lector cuantos hectolitros produce, nunca se lo imaginará. Pero que tal si le dicen que el licor producido llenaría un estadio como el Astrodome hasta la fila 64. Enseguida lo comprenderá y hasta se lamentará que su asiento habitual está en la fila 70... 

En cuanto a la veracidad de un dicho, de una afirmación o de una obra, es requisito indispensable que el dicho, afirmación u obra estén avalados.

- Oiga, que mal toca esa pianista.

- Estuvo en el Julliard Insttitute.

- ¡Oh... ! ¡Es que de música moderna no sé mucho! (La pianista estuvo en el famoso instituto en una visita guiada).

El espectador, para sí mismo:

- ¡No entiendo ese cuadro, veo puras manchas!

El guía del museo:

- Es una obra del gran Tramposini... premiada en la Bienal de Lubbock, Texas.

El espectador: ¡Oh... que hermosa pintura!

Y así, ad nauseam .

El latino y por ende el mexicano, es menos disciplinado, más espontaneo, individualista y por consecuencia más auténtico en sus gustos y preferencias. Es también, escéptico e irreverente. Cuando menos hasta ahora, gracias a Dios. El asunto es cultural, genético, estructural.

Al mexicano no le gustaban ni aceptaba todas las obras de Diego Rivera. Aceptaba las que le gustaban y descalificaba las otras; los llamaba peyorativamente  "Los Monotes de Diego". Como no entendió la música del genial potosino Julián Carrillo, la ignoró:

- Oye, Julián Carrillo es una eminencia mundial, el sonido trece es una revolución en la música, ¿cómo puedes decir que no te gusta?

- Pos me vale... y no me gusta.

Las muestras de irreverencia iconoclasta del mexicano son innumerables. Van desde la desaparición de la bandera olímpica izada por el Señor Presidente en solemne ceremonia inaugural, hasta el procedimiento usado por un desaprensivo turista mexicano para extinguir la llama del pebetero en el Arco del Triunfo en París, pasando por el robo, en las narices del Estado Mayor Presidencial, de la medalla del premio Alfonso Reyes, que iba a ser entregada ese mismo día.

Y curiosamente, esa indisciplina, esa irreverencia, le dificultan aceptar las cosas porque sí, porque se las ordenan.

Y lo que es su mayor y más grave falla, es también su gracia y salvaguarda. En el proceso represivo, agobiante, para conducir a una sociedad hacia un estado totalitario, una de las condiciones indispensables es que el pueblo a controlar sea disciplinado. Debe aceptar sin cuestionar las directrices que se señalen; debe acatar sin chistar las órdenes que se le den. Y debe, eso es lo más difícil, creer los dogmas que se le planteen.

Me dicen que en la Unión Europea se proponen prohibir que operaciones comerciales mayores a 10,000 euros se celebren en efectivo. Toda operación mayor tiene que pasar por un banco. Control. En muchas de las grandes ciudades, omnipresentes cámaras de video estratégicamente colocadas filman todo lo que esté a su alcance. Se dice que alguna obscura entidad registra todo lo que enviamos o recibimos por Internet. Control, control, control.

Y sucede que una de las más efectivas, primeras medidas para el control de una sociedad, es desposeerla, despojarla de su dinero, porque su dinero representa su libertad más importante. Si el ciudadano posee dinero real, de valor real, en cualquier parte de su país o del mundo será aceptado; una moneda de oro o de plata, no necesita mayor identificación ni explicación. 

El problema empieza cuando al ciudadano se le priva de SU dinero y se lo substituyen por los comprobantes de deuda gubernamental. Cuando se le fuerza a aceptar como dinero lo que no lo es. Y cuando se trata de regir rigurosa, celosamente, todas las actividades económicas del ciudadano.  El estado compite, con indebida ventaja, como demandante del crédito y busca regular las actividades para impedir actos de independencia o que se salgan del patrón establecido.

Pero eso implica, un control cada vez mayor del ciudadano y una grave imitación de sus libertades.

Pero ese desorden, esa rebeldía del mexicano, que no alabo ni critico, limitó en su momento la influencia del clero, con las leyes de reforma y cuando fue necesario, moderó el socialismo rampante con la rebelión cristera.

No nos gustan las imposiciones, no nos gustan las limitaciones, no nos gustan las exageraciones, no nos gustan las intromisiones. Aceptamos un liderazgo, pero tenemos que escogerlo nosotros. Y nos reservamos el derecho de juzgarlo y criticarlo. Y si nos parece y nos acomoda, defenestrarlo.

¿Las normas y el orden? Sí, siempre y cuando no interfieran demasiado con nuestra comodidad y albedrío.

Ningún gobernante en México deberá ser tan ingenuo como para confiarse porque llegó al poder en medio de aplausos y loas, pasando bajo arcos de palmas. Si incurre en el desagrado del pueblo, puede ser ignominiosamente destronado y hasta sacrificado. Puede que después reciba el título de mártir y sea recordado con lágrimas e íntimo complejo de culpa, pero por el momento, ese desordenado e irreverente, iconoclasta mexicano, en cuanto perciba una represión, una injusticia o una deshonestidad mayor que la que considera tolerable, teóricamente se rebelará, ¡sin medir las consecuencias!

Bueno... lo que en realidad sucederá, más que un acto volitivo de rebeldía, es que nuestra propensión a la indisciplina producirá el caos con los mismos efectos que una rebeldía organizada.

En conclusión: para dar gusto a los economistas, diré que el sistema monetario forma parte importante, muy importante del proyecto imperialista  norteamericano. El patrón Dólar ha regido por muchos años, pero esa modelo está desgastado. Recientemente Alan Greenspan ( ¡Mire Ud. quien! ), confesó paladinamente que desde 1800 hasta la virtual desaparición del patrón oro, la estabilidad había sido casi perfecta. Pero los defectos de ese patrón dólar lo han llevado a poner en grave peligro la economía de los mismos Estados Unidos.

Por años, los gobiernos de los Estados Unidos han podido proporcionar a los habitantes de su territorio un nivel de vida  extraordinario. Pero los controles, la represión y la vigilancia se han ido extremando para una comunidad muy ordenada y disciplinada.

Los europeos están habituados a ser ordenados y disciplinados. Sólo así se explica el sometimiento a las condiciones políticas y económicas a las que han sido sujetados tantas veces. Pero... los latinoamericanos y especialmente los mexicanos, cuentan con ese especia de anticuerpo que defiende sus costumbres y gustos: Su innata propensión al desorden.

(Mire Ud., este mismo artículo, no lo puedo negar, es bastante desordenado... )