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Un tal Cristo. Relato de Navidad
viernes, 5 de diciembre de 1997
Francisco Helguera Ramírez

Un tal Cristo. Relato de Navidad

En el ejercicio de la profesión, he tenido la oportunidad de tratar a mucha gente, de todas clases, de infinidad de caracteres. Algunos personajes, verdaderamente inolvidables; uno de estos fue la Madre Lucia. Recomendada por un abogado amigo mío, acudió a mi oficina para que le administrara sus pocos centavos y le aconsejara.

Dirigía una comunidad de una orden que se dedica a los niños desamparados . Una orden pequeña, poco conocida, una más en esa legión de héroes anónimos de admirable labor en pro de la humanidad.

Era una mujer de unos cincuenta años, que debió haber sido guapísima, de tez blanca, ojos cafés , de buena estatura , enérgica y tenaz. Muy inteligente, tenia un agudo sentido del humor que hacía su trato muy agradable y sus solicitudes de ayuda irresistibles.

En las cuentas de su asilo eran mucho mayores los rubros del "Debe" que los del "Haber" y era habitualmente la Divina Providencia la que se ocupaba del "Saldo". Pronto me habitué a las finanzas de la madre Lucia y acepté como principio contable : "Dios proveerá ".

Esa mujer enfrentaba con valerosa decisión los diarios problemas y los solucionaba, de una manera u otra.

Sin embargo, un día, el problema en turno la abrumó : La ampliación de la calle donde estaba ubicado el asilo afectaba en cosa de un metro y medio su terreno, lo cual no sería tan grave si no fuera porque en ese metro y medio estaba uno de los muros de los dormitorios, que habría que reconstruir y además, porque ahora todo el costado del edificio daba a la avenida recién abierta y el Departamento del Distrito Federal le cobraba la contribución por las obras realizadas, a tanto por metro de frente . La indemnización por el terreno expropiado no pagaba ni la centésima parte de los gastos que se avecinaban.

En cuanto evaluó la magnitud del desastre, la Madre Lucía corrió a ver a su administrador de miserias, como ya me llamaba. Recorrimos la lista de nuestros habituales benefactores, revisamos las posibilidades de las escasas finanzas, pero la magnitud del problema rebasaba nuestra capacidad. Ella salió cabizbaja a iniciar su campaña y yo decidí buscar ayuda por mi lado . Era la peor época para eso: Vísperas de Navidad. No encontraba a nadie y ya desesperaba, cuando recordé a un viejo amigo, que tenia excelentes relaciones . Me recibió de inmediato y tras escuchar mi predicamento, impulsivamente, me subió a su automóvil diciendo: ¡Ven, vamos a ver al ecónomo de una orden que maneja mucho dinero, esos nos tienen que ayudar !.

Nos recibieron en un austero despacho, prácticamente sin decoración alguna . El religioso a quien íbamos a entrevistar, un hombre delgado, de estatura mediana , cabeza blanca e imponente porte , parecía tener mucha amistad con mi amigo, pero guardaba su distancia con un trato amable pero frío.

Mi amigo explicó el problema, apeló a sus mejores argumentos, pero el rostro del ecónomo permaneció impasible. Cuando mi amigo terminó su exposición, con voz pausada nos dijo que cada comunidad tiene sus propios medios, que no se podía involucrar en los problemas de los demás ... En pocas palabras, NO.

En realidad, tenía razón, pero el tono frío, insensible de su negativa alteró a mi amigo que dramatizó describiendo a los niños arrojados a la calle, a las monjitas pidiendo limosna en la vía pública, le hizo ver que para su orden, la cantidad que se necesitaba era intranscendente... Nueva negativa cortante y distante. No resistió más mi amigo y con tono sarcástico, le dijo al pobre religioso: ¿No has oído hablar de un tal Cristo?. El hombre endureció el gesto y palideció . ¡Eso fue un golpe bajo!, exclamó. Luego se puso de pié. ¡ Buenas tardes! Era obvio: nos estaba echando.

Silenciosos, nos fuimos cada quien por su lado. Al día siguiente, venía la parte que yo había considerado más dura: Negociar con la Tesorería del Departamento del Distrito Federal los impuestos. Por fortuna, el Sub-Tesorero era un excelente hombre , buen cristiano, con el cual tenía yo cierta amistad. Previamente, había pedido la cita para la Madre Lucía y con una puntualidad que mucho le agradecí, nos recibió en su despacho . Tras las formalidades y saludos, entramos en materia . Escuchó atentamente y tras consultar el expediente , miró a la Madre Lucía a los ojos y propuso ¿ Una quita del cincuenta por ciento ? . La Madre Lucía hizo la cuenta mentalmente. ¡No podemos! . Nueva propuesta ¿Que tal si solo paga la cuarta parte? ¡ Imposible !. Pacientemente, el funcionario preguntó ¿Cuanto puede pagar, señora ?. La madre Lucía se volvió a mí . ¿Cuanto podemos pagar ? . Apenado, di la cifra, algo así como la vigésima parte del adeudo. El sub- tesorero suspiró y dijo .... ¡Sea!.

Entonces la Madre Lucía, tímidamente, preguntó :

¿En abonos?

El buen hombre se echó cómicamente de bruces sobre el escritorio, diciéndome :

¡ Cancelo el adeudo, pero lárgate y llévate esta mujer antes de que me vuelva loco !!

Luego, dirigiéndose a la Madre Lucía:

¡Y no se atreva a darme estampitas!.

Ya no seria tan mala esa Navidad...

Esa noche dormí mejor; faltaba el dinero para reparar el edificio, pero, como decía mi amiga, ¡ Dios Proveerá ! .

Me fui a trabajar. A media mañana, mi secretaria me anunció:

Lo busca el señor Martínez. ¡ El ecónomo !. Entró y sin preámbulos, me alargó un sobre. Contenía un cheque por una cantidad muy importante .

"Un benefactor ", me dijo a guisa de explicación .

Azorado, casi no atiné a dar las gracias. Pregunte entonces: ¿A quien le hago el recibo ?

No resistió la tentación y con una sonrisa maliciosa, replicó:

¡A un tal Cristo...!